miércoles, 12 de abril de 2017

El paso del tiempo.

Era una tarde otoñal como otra cualquiera. Era un día cálido y tranquilo de finales de octubre. No tenía nada de especial salvo por el hecho de que estaba toda la familia reunida para la celebración del nacimiento de mi primer nieto. Un revuelo innecesario, en mi opinión, pero inevitable. Lancé un bufido de desesperación mientras desviaba la vista hacia el gran ventanal que había en el fondo, ganándome una mirada de desaprobación por parte de mi mujer. Pero, entonces, recordé algo que había olvidado: el por qué de celebrar todos los acontecimientos como aquellos. Todos y cada uno de esos momentos eran motivo de fiesta. La última campanada del año, el cambio de estación, el primer latido de corazón de una vida, el "sí" con el que entregas tu vida a otra persona, cada soplido entusiasta para apagar unas velas e incluso, irónicamente, el último aliento que nos regala cada persona antes de dejar este mundo. La razón: que son momentos que nunca volverán a repetirse. Son únicos e irrecuperables, y marcan un antes y un después en nuestras vidas. Pueden implicar el inicio de algo nuevo, el final de una mala época o simplemente un punto de inflexión. Pero son importantes. Mirando a mi derecha estaba sentada la mujer de mi vida, la que me había regalado todos y cada uno de los preciosos recuerdos que atesoraba en el fondo de mi memoria. Me sonrió, y se le formaron unas pequeñas arrugas en la comisura de los labios y de los ojos. Estaba igual de hermosa que la primera vez que la vi. Las únicas diferencias eran la aparición de algunas canas en su abundante melena y las huellas en su rostro que dejaba el camino que llevaba recorrido. Y me vino a la mente nuestro primer beso, nuestros primer viaje juntos, nuestras numerosas discusiones, el día de nuestra boda, nuestro primer hijo y, ahora, nuestro primer nieto. Paseando la vista por todos los presentes era palpable que todos y cada uno de ellos disfrutaban enteramente de aquel momento de felicidad, compartiéndolo con el resto. Mi hijo dirigió la miada hacia mí y me sonrió con un asentimiento de cabeza. Y, entonces, apretando la mano de mi esposa y mirando a la pequeña criatura que dormitaba ajena a todo el ajetreo que había causado, lo comprendí. Ahora era su momento. Ahora experimentaría, poco a poco, todo lo que yo había vivido. Levanté la mirada al cielo y pensé en mis padres. Ellos también habían pasado por todo aquello. Sin embargo, el tiempo, ladrón implacable, ponía fecha de caducidad absolutamente a todo. Por ello, se debe disfrutar de todas las pequeñas cosas, por insignificantes que sean. Ya que, si no, cuando queramos darnos cuenta, quizás sea demasiado tarde. 

Mdlvs.

2 comentarios:

  1. uuuff profundo y sentido relato , pero realmente las pequeñas cosas de la vida que nos hacen disfrutar y debemos siempre arriesgarnos a vivir precioso trabajo , me quedo por aqui un abrazo desde mi brillo del mar

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  2. ¡Hola!
    muy bonito el relato, la verdad que me ha encantado y te ha quedado genial :), duro y profundo.
    ¡Un abrazo! 💚

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