El tiempo sigue corriendo, las
horas no se detienen, las estaciones se desvanecen una tras otra ante sus ojos.
Mantiene su vista fija en el cristal de la ventana, mirando a la gente que
pasea tranquilamente por la calle en un intento vano de abstraerse de su
realidad. Pero le es imposible. Los recuerdos inundan su mente sin descanso,
desolando hasta los lugares más recónditos de su alma. Cerrando los ojos se pierde
en su más anhelada realidad, en la visión de ensueño de su vida, dándose cuenta
inconscientemente de que tan solo es una quimera. Una fantasía en la cuál su soledad desaparece,
la pasión por descubrir el mundo resurge y su existencia recobra su
significado. Ahora, mantiene una rutina constante camuflándose con el mundo.
Sus palabras, sus emociones, sus acciones, vacías. No tiene conciencia de que el tiempo pasa a
su alrededor mientras evoca en su mente recuerdos inexistentes. Imagina con una
claridad sorprendente como sería su irrupción en su vida, permitiéndose
experimentar una satisfacción momentánea. Sueña con el tacto de sus dedos recorriendo su
clavícula y se estremece al sentir como se le eriza la piel. Sin embargo, una
vez más, acaba tropezándose con la barrera de la realidad. En ese momento se pregunta si él sabrá como
se siente; si conocerá que, sin él, su vida, aunque llena de emociones y vacía
de tristezas, está carente de significado. Entonces, se da cuenta de que no
quiere conocer la respuesta y se adentra de nuevo en el mundo imprevisible de
los sueños. Porque así pasa su vida sin él, soñando despierta con imposibles.
La fantasía también puede salvarnos.
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